Por qué amar la ciencia y el arte y todo lo que existe

Hoy me entró la inspiración, como siempre en horas tardías de la noche. Existe una dilogía de la palabra mundo, donde un significado es el reflejo de los sentidos y el otro, el universo desplegado, estrellado. Este último es… Gigante, inexorable aunque los poderosos no lo quieran, y ante todo, ¡es idóneo! El placer llama por mi puerta.

Es interesante adquirir una velocidad cercana a la de la luz mientras se hace un viaje a Júpiter escuchando Gypsy Jazz. O también permanecer en tierra sintiendo esa delicadeza muda que inunda todo el cuerpo, cuando uno ve el cuadro de Edvard Munch. Oh, y ese gran compositor, Elgar, con su perfecta armonía en «Salut d’amour» para piano.

De una forma preciosa e inexplicable, en el mundo y lo que existe, hay millones y millones de puntitos microscópicos alimentando el alma de los sujetos curiosos. ¡Sí! Aunque no tengan masa.

¿No sería interesante, querido lector, crear un nuevo mundo? Ese mundo segundo que solo habita en nuestras mentes, ese mundo olvidado en la mediocridad de lo cotidiano… ¡Recuperémoslo!

Oh, y preguntémonos por qué el consumismo extremo llega a todo Occidente. ¡Somos títeres! Por qué serlo cuando podemos ser sujetos individuales, con pensamiento propio, lenguaje de las Antillas.

Si piensan lo que yo, ayúdenme a difundir la ciencia, el arte y toda la cultura del mundo. Difundan ese gigante placer de descubrir al que muy pocos se atreven a entrar… ¿Por qué?

 

 

 

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